En junio de 2016, tú y yo tuvimos una fuerte discusión. Escribiste un artículo informándonos tu opinión escandalizada sobre Ulises Carrión. Te respondí explicándote el tipo de crítica autoritaria e intelectualmente desinformada de la que derivaba tu diatriba. Respondiste, energúmeno, escupiendo improperios, declarándote víctima, racista, clasista y, para colmo, priista, apologeta confeso de tu derecha a secas, como tú mismo la llamaste. Fue tan visceral tu respuesta, tan llena de desfiguros y prejuicios, que decidí que tú mismo exhibías inmejorablemente lo retrógrada que eres. No necesitabas respuesta.
En este año, sin embargo, muchas cosas han ocurrido. Entre ellas tu confirmación como parte del “Consejo Asesor” de la Secretaría de Cultura y tu reciente ingreso al Colegio Nacional, al cual se oponían, en un gesto inédito en la historia literaria mexicana, más de 13 mil personas al momento de tu el 3 de noviembre de 2017. Entraste como lo que eres: una figura anti-democrática, un intelectual de dictadura.
Convertirte en crítico gubernamental, opinador paraestatal, un reaccionario subsidiado, no era de extrañar. Lo has sido desde un principio, de una u otra forma; eres un opositor al Estado Benefactor de las mayorías y un contento beneficiario del Estado Benefactor de las élites podridas, como a la que perteneces, y de la cual te enorgulleces hasta el kitsch, ese rasgo al centro de tu prosística. Un rasgo nada accidental, porque el kitsch es característico de los intelectuales de regímenes autoritarios y fascistas.
Tampoco es casual que tu novela (bastante pobre estructural y estilísticamente), William Pescador, termine así:
“Recordé su regalo. La pequeña caja.
“Me detuve y la abrí.
“Era la madre de las máscaras. Una hermosa nariz roja de payaso”.
El crítico gubernamental como triste payaso, nos has querido informar repetidamente, es tu estimado alter ego.
Ha llegado, entonces, el momento de responderte. Pero no a tu carta sino que responderé, como se requiere, a tu discurso de ingreso al Colegio Nacional. La respuesta que elaboró tu protector, Enrique Krauze, como sabemos, fue más bien un grandilocuente chiste y una rara rememoración sobre la supuesta importancia de tu apellido “Michael” y tus parientes judíos perdidos. Krauze vive su declive. Basta ver su teatralización permanente para entender que vive un grave y millonario periodo como contratista cultural.
Atenderé, por lo tanto, tu discurso, comenzando por comentarte que debes aprender a leer en voz alta. Resulta notorio que no puedas leer tu propio texto sin cometer docenas de errores, tropiezos rítmicos e incluso ese penoso lapsus, al inicio, en que nos dices “es mi manera… de empezar a sentirme mierd… miembro”.
Entiendo que haber ingresado a la beca vitalicia, al subsidio eterno, en medio del rechazo de millares de personas, debido a tu vergonzosa misoginia, te haya desequilibrado. La petición en contra de tu ingreso al Colegio Nacional, a pesar de la censura mediática y autocensura del medio literario, fue impresionante. Por primera vez la membresía del Colegio Nacional fue revelada como una prebenda millonaria que el gobierno concede a una minoría que se auto-elige, que cobra millonariamente por no hacer, realmente, mucho. Tú, Christopher, te volviste la gota que derramó el vaso del hartazgo público contra volver ricos a intelectuales paraestatales mediocres.
Pero creo que también la descompostura de tu pronunciación del español (y el francés e inglés) y tu falta de pericia al leer son señales de carencias mucho más profundas en lo que tú mismo llamaste ahí tu “educación in… sentimental”, cometiendo, de nuevo, otro revelador lapsus. Ya entendí porqué detestas a Freud.
Tu “Lección Inaugural” tuvo cómo tema qué es un crítico literario. Iniciaste tu discurso enumerando lecturas infantiles y juveniles (que compartes, prácticamente, con cualquier escritor mexicano convencional) y, por otro lado, recordando haber asistido a una clase de Ramón Xirau como tu nulo currículum estudiantil, porque, como era predecible, dedicaste muchos minutos para explicarnos tu arrogancia de no asistir siquiera a una licenciatura.
Muchos mexicanos tuvieron que suspender su educación formal por la urgencia de ingresar al trabajo o por la falta de estímulo social. Pero es vergonzoso que tú, un escritor que proviene de una familia con más que suficientes recursos económicos (y que llevas décadas viviendo del aparato cultural subsidiado), no hayas tenido el rigor de ingresar siquiera a una licenciatura. Es parte de tu arrogancia. Cada texto que escribes muestra esa laguna en tu formación: tu entendimiento del pensamiento literario es, sí, coincidimos, la de un autodidacta mimado, alguien que no atravesó ni siquiera una mínima formación profesional. Como “crítico”, Christopher, eres un novicio insuficiente y rencoroso.
Esta carencia tuya, que asumes con defensiva pedantería, explica perfectamente porqué te has dedicado a atacar la crítica del siglo XX, escudándote en modelos anacrónicos en el resto del mundo, un atraso intelectual que te gusta contagiar a tus lectores desprevenidos, prejuiciándolos contra los avances en el conocimiento socioestético de la literatura.
No digo que todo crítico literario deba ser un académico. Muchos grandes críticos han sido escritores, por ejemplo. Pero sí digo que un académico (como un miembro del Colegio Nacional) debe ser… un académico. Alguien que se ha formado profesionalmente y cree en la investigación seria, y no en la mera emisión de impresiones o pláticas.
Que un crítico como tú (que esconde ser un amateur siendo grandilocuente) sea considerado por Juan Villoro, otro “miembro” del Colegio Nacional, como el principal crítico literario de México, es sintomático del sexenio de Peña Nieto, quien, sin embargo, al menos decidió importante plagiar su tesis universitaria. Tú, ni eso. Tu borrador de tesis de licenciatura es tu libro de resúmenes de otras fuentes y extensas opiniones tuyas sobre Fray Servando. Tu libro sobre Paz es, simplemente, tu evangelio. ¿Esas son tus obras? ¿Dos tabiques sin ideas propias?
Al escuchar tu discurso, es inevitable recordar a Kant agradeciendo a Hume haberlo despertado de su “sueño dogmático”. En Kant, “crítica” significa la explicación de los fundamentos que hacen posible el conocimiento. Tú, Christopher, ignoras incluso la acepción más básica de “crítica” en el pensamiento moderno. Vives en tu pequeño sueño dogmático donde crees que poder publicar opiniones cerradas acerca de libros y autores o cursis resúmenes escolares de otras fuentes te hace un “crítico”. Tu puberta idolatría hacia Octavio Paz te hundió en un sueño del que nunca has podido despertar.
Por eso en tu discurso repites tantas veces la expresión “escuela del resentimiento”, una frase tan absurda que ya sólo en alguien como tú puede escucharse y, en tu caso, dicha “rresentimiento”, por cierto. Con esa frase englobas a toda obra influyente hoy, desde Pierre Bourdieu hasta Judith Butler, que han desmontado a todo el aparato simbólico y teórico del androcentrismo. Tú eres una especie de astrólogo a destiempo que piensa que es falso que la tierra no es el centro del universo, y prácticamente pides que la lectura de cartas o café reemplace al análisis. Por eso tu obra consiste en sustituir la crítica mediante una opinología empedernida.
El hecho de que en tu “Lección Inaugural” cites a críticos conservadores de museo de cera como tus modelos, es equivalente a que en 2017 algún narrador pidiera devolver la narrativa a Peréz Galdós y solo pudiera mencionar entre sus contemporáneos a Pérez Reverte. El hecho, además, de que defiendas una crítica, sin base seria alguna, desprovista de análisis, argumentación, evidencia, una pseudo-crítica dogmática, anti-científica, en una institución supuestamente dedicada a la ciencia es bastante sintomático de la regresión política actual.
Pero la existencia es paradójica, Christopher. Y precisamente tú, que repites hasta el cansancio tu repudio a la crítica académica, no obstante, no puedes más que hacer textos de crítica literaria que tienen la forma de trabajos escolares. Tu discurso mismo de ingreso al Colegio Nacional, por ejemplo, tiene la consabida forma de un ensayo de High School donde un estudiante relata sus actividades extra-curriculares durante el verano.
El contenido y forma de tu discurso nos comunica tu primera definición sobre la crítica como la enumeración de anécdotas: bibliotecas a las que fuiste de niño, tertulias a las que asististe, lecturas de alguna revista que recibías en tu domicilio, charlas con señores mexicanos letrados que en su mayoría no aportaron nada al panorama literario internacional pero a quienes te desvives nombrando, además de grises escritores-funcionarios que te encargaron libros-chamba, bastante pobres, por cierto, como La literatura mexicana del siglo XX y tu Antología de la narrativa mexicana del siglo XX, que se notan que fueron encargos que te asignaron caprichosamente, y para los cuales no estabas (ni sigues estando) preparado, como puede comprobarse leyento tus grises listas y apuntes esquemáticos ahí impresos. En el deslucido contenido biografista de tu discurso nos comunicas, en suma, que concibes la crítica literaria como una chorcha anecdótica.
Una chorcha anecdótica, por cierto, llena de fobias y generalidades. Te formaste entre conversaciones de sobremesa con mentores (muchas veces menores). Te faltó aprender a discutir seriamente con pares, durante años. Por eso en un discurso en que deberías explicar qué es la crítica literaria, más bien te dedicas a nombrar “figuras” y tus historias (nada memorables) y devaneos personales en torno a minucias. Estás permanentemente escribiendo un libro de texto para señores que imaginas ilustres y que, sin embargo, no saben casi nada de literatura. Así quieres impresionarlos charlando quiénes son tus “ejemplos” o cuáles son tus gustos acerca de libros viejos o novedades de Sanborns. Para ti un crítico literario es alguien que busca alzar las cejas de élites semi-cultas e incautas. O sus aspirantes.
Pasan los párrafos, los minutos, y no haces más que name dropping, decir una generalidad cuasi-dramática, algún arcaísmo forzado, algún cliché mesiánico a partir del nombre de ese autor y luego emprendes otra secuencia idéntica, y otra, y otra… Pasan los renglones, los párrafos, las páginas, los excesivos minutos de Perogrullo, y no has hecho nada más que eso: repaso escolar, paráfrasis, rememoración. ¿Qué es la crítica para ti? No es un diálogo con los muertos, no, más bien es tu ingenua anécdota aderezada con frases hechas acerca del panteón.
Leerte es monótono; escucharte leer tus textos, de verdad, insufrible. ¿Te das cuenta la cantidad de veces que mencionaste a Sainte-Beuve? ¿Por qué consideras que hablar de Sainte-Beuve en 2017 es relevante? Se notan muchísimo tus lagunas al usarlo como referencia central; como se notan también tus gustos por críticos patriarcales conservadores, ya más bien pasados de moda como Harold Bloom o George Steiner. Para ti, el crítico literatio tiene la forma de un lector-periodista high brow más bien satelital, que admira caballeros… ya anacrónicos en sus países nórdicos de origen. En todo sentido, tu diletante idea del crítico es la de Gran Amateur auto-colonial.
Crees que el crítico literario es alguien que nos dice qué libros le gustan. Debido a que mantienes esta creencia, previa al siglo XX, te opones a la crítica como análisis o estudio. Estás convencido, por ignorante, que los libros que te gustan a ti, como señorito conservador, desinformado, machito y pudibundo, deben ser aquellos que el resto de los seres humanos consideremos como meritorios o clásicos. Sé, Christopher, que no hay manera de hacerte ver lo ridículo e insignificante de tus gustos personales, que, en verdad, nada tienen de personales: son los gustos estandarizados de varones en iguales contextos timoratos de “educación in… sentimental”.
Para ti, el crítico literario es alguien que opina… a partir de sus reacciones psicológicas. Y que luego puede publicarlas gracias a sus amistades porque, como ambos sabemos, no eres un escritor notorio. Así, para colmo, estableces al crítico como alguien que opina sobre literatura pero que escribe como si nunca hubiera podido aprender nada de ella. He leído muchos de los discursos inaugurales de literatos en El Colegio Nacional, que los remata a 10 pesos cada cierto tiempo. El tuyo es uno de los más grises.
Esto significa que tú, Christopher, crees que tus lagunas y traumas, tan evidentes, deben ser los criterios del canon colectivo. Por supuesto, deliras, y tanto lo sabes que ni siquiera puedes leer establemente tu texto en vivo. Lo mejor que puedes hacer es cobrar tu nuevo subsidio mensual y dar este tipo de discursos únicamente cuando los reglamentos lo requieran. A puerta cerrada.
¿Te das cuenta, por ejemplo, cómo denominas a los avances que el siglo XX realizó con motes anticuados como “nueva religión” o “secta”? Sólo tú puedes creer que el formalismo ruso, el estructuralismo, la deconstrucción de Derrida, Deleuze o, inclusive, la crítica de Ángel Rama o Josefina Ludmer en nuestro contexto, no debieran ser puntos de partida. Además, ¿te das cuenta, Christopher, que en ningún lugar fuera de México tus opiniones han tenido siquiera la menor resonancia? Tu forma de entender la crítica es una mera posición casera de la Secretaría de Cultura. A nadie más, en ningún lugar, uno solo de tus textos le resulta memorable. Eres un crítico que sólo medio-importa a novatos mexicanos y funcionarios prianistas.
Cuando te escandalizas ante la teoría literaria y le reclamas su terminología o dificultad, recuerdas a aquel pobre amateur que le reclama a la astrofísica usar fórmulas complejas o términos raros. Tus alegatos sobre el lenguaje de la crítica son equivalentes a los de un autodidacta que exigiera que las teorías sobre el universo fueran elaboradas con dibujos de peras y manzanas, y nada de matemáticas o conceptos más allá del sentido común. Justo mantienes esa bruta idea sobre la literatura.
Te escandalizas de que Derrida sea artaudeano y joyceano o de que la sociología, el marxismo y el feminismo utilicen lenguaje que nunca quisiste estudiar. ¿Te imaginas alguien que creyera que decirnos cuáles estrellas le parecen bonitas y cuáles feas lo hace “astrónomo”? Bueno, tú eres alguien que nos dice cuáles libros te gustan y cuáles te disgustan. Y quieres que creamos que eso te hace “crítico”.
Hay algo de comprensible en tu postura: naciste como “crítico” en un medio periodístico-gubernamental, mafioso-autodidacta, en otras palabras, el contexto en que te formaste no te permite tener un concepto y praxis de la crítica allende el PRI, el PAN o el PRD. Si nunca fuiste a una universidad, si no conociste más que mesas de redacción autoritarias o puestos burocráticos, es patente que no puedas más que defender una crítica retrógrada.
Tu destino, Christopher, siempre fue convertirte en un crítico plurinominal. Ese destino te ha alcanzado, después de tantos años de buscarlo. Pudiste ser un columnista anacrónico de derecha, redactando en revistas o suplementos de telarañas culturales. Pero no quisiste ese destino (exclusivamente). Buscaste una meta peor: ser un crítico-funcionario, un dictador bananero literario destinado al falso aplauso de otros lastimeros déspotas domésticos.
Llega a tanto tu absurdo que, a pesar de tantas páginas misóginas en tus artículos y libros, te puedes llamar “feminista” hacia el final de tu “Lección Inaugural”, porque consideraste relevante responder a las miles de firmas en tu contra. Tu discurso, Christopher, se ha convertido en un tropezado modelo del absurdo (y gazapo) acerca de cómo un crítico ultraderechista puede decir lo que sea. Un misógino diciéndose feminista. Ese es tu concepto de “crítica”: la infamia y falsificación totales.
Tu discurso, Christopher, en suma, es un rechazo al análisis y una defensa de la doxa. Eres el crítico que gobierno y mafia literaria promueven para inhibir crítica actual. Tu alter ego en William Pescador tenía razón. La consagración que te regalaron es “la madre de las máscaras. Una hermosa nariz roja de payaso”.
¿Felicidades?, Christopher: eres ya oficialmente el crítico dentro del circo.