BORDER DESTROYER

RELEYENDO PLURAL (2DA. PARTE)

En agosto publiqué una primera parte de esta relectura (a contracorriente) de la revista Plural de Octavio Paz. En esa primera parte mostré su misoginia a través de un vergonzoso texto de Juan García Ponce contra el feminismo. Ahora en esta segunda parte agrego cómo esa inferiorización era estructural a todo el equipo de la revista y al propio Paz. Aquí comento textos de Gabriel Zaid, Octavio Paz y Salvador Elizondo que van desde un delirante machismo hasta el más declarado racismo. Mi propósito es ofrecer a lxs lectorxs una nueva forma de entender la historia de la literatura (o mejor dicho, la dominación literaria) en México.

RELEYENDO PLURAL (SEGUNDA PARTE)

Juan García Ponce no era el único miembro del Consejo de Redacción de Plural que publicaba textos misóginos ahí. Gracias a la desmemoria y al escaso acceso a la colección de Plural, una mayoría del medio intelectual no recuerda (o jamás supo) que la revista de Octavio Paz era bastante retrógrada. La historia y crítica literaria en México todavía están bajo control de la intelectualidad organizada (una colusión de mafias y gobierno); Plural es su antecedente más importante. A esta revista se le ha mitificado como un bastión del pluralismo. Pero Plural, en realidad, fue todo menos plural.

En una década en que las ideas recientes de Fanon, Foucault, Deleuze, Guattari, Derrida, la poesía norteamericana de posguerra y movimientos como el conceptualismo y el feminismo revolucionaban el pensamiento y la poética a nivel global, en México, en cambio, Paz utilizaba Plural para mantener una atmósfera intelectual conservadora en cuanto ideas, referentes y estéticas, y directamente reaccionaria en cuanto valores sociales y geopolítica. Plural fue una más de esas revistas de la Guerra Fría para frenar el avance del socialismo y las luchas de liberación nacional.

Probablemente muchos lectores (sobre todo dentro del medio literario) se escandalizarán de que afirme que lo que en México se llama tradición literaria más bien ha sido un sistema de promoción del retraso intelectual. Como cacique del campo literario nacional durante la segunda mitad del siglo XX, la función de Paz fue impedir que las nuevas corrientes del pensamiento y estética mundiales, sobre todo la contracultura, el feminismo, la descolonización y las distintas izquierdas, produjeran cambios en el clima intelectual de México. Plural fue una revista diseñada para mantener un elegante anacronismo en la alta cultura nacional mexicana.

A grandes rasgos, la fórmula editorial de Plural consistió en una mayoría de colaboraciones de autores latinoamericanos, norteamericanos y europeos conservadores (y de una generación atrás) que se oponían o relajaban la teoría crítica, literatura y artes visuales innovadoras en los años setenta y, por otra parte, en publicar frecuentemente colaboradores mexicanos (sobre todo del equipo de Plural) acerca de asuntos hispánicos y reseñas y columnas de opinión abiertamente reaccionarias. Una mayoría de colaboradores foráneos conservadores estética y políticamente, y regulares colaboradores mexicanos retrógradas. Ese fue el perfil de Plural.

Gabriel Zaid, misoginia y racismo en Plural

La misoginia estructural de Plural era componente de un autoritarismo mayor. Un texto emblemático de la ofensiva visión retrógrada del grupo de Paz es “Problemas de una cultura matriotera” de Gabriel Zaid publicado (como texto de apertura) en Plural, núm. 46, julio de 1975, pp. 8-13. Zaid liga ahí misoginia, racismo y política derechista. La tesis principal del texto es que el problema primordial de la cultura en México es su vínculo con lo femenino y lo indígena.

Escuchemos cómo inicia su alegato (haciendo eco del Laberinto de la soledad de Paz):

“Así como los antropólogos hablan de sistemas de parentesco matrilineales y patrilineales… pudiera hablarse de nacionalismos matrioteros y patrioteros… Nuestro nacionalismo ha sido matriotero desde su origen criollo” (p. 9).

Zaid afirma que esta “cultura matriotera” es la causa tanto de que los mexicanos critiquen a España como del alcoholismo que atribuye al mexicano, que según Zaid se caracteriza por sus “trompas de niño… trompas de la botella de tequila que se lleva hasta el fin del mundo, de la Canción Mixteca que se canta veinte veces seguidas, de los pucheros de llanto” (p. 9). Si prestamos atención, Zaid está usando el imaginario clasista y racista contra los sectores populares en México creado en la Nueva España y luego mundializado por caricaturas racistas. No es casual que Zaid imagine a los mexicanos borrachos “a la semana de estar fuera de México”. Zaid mira al mexicano como un racista anglosajón.

“Esta Patria Maternal, de pechos siempre disponibles, que nos permite ser chípiles y desobligados, se opone a la Madre Patria altiva que inhibe nuestros sentimientos, como la Nana-india se opone a la Madona-Criolla en los sentimientos del mexicano” (p. 9). Para Zaid, entonces, la inferioridad cultural del mexicano se debe no sólo a su vínculo con lo maternal sino en particular con lo femenino/indígena. Por eso poco después afirma: “¿Cuál cultura es la nuestra? La cultura indígena nos sigue siendo extraña en los únicos términos que importan para el caso: nos resulta poco habitable” (p. 9).

En su texto Zaid buscaba negar a las culturas indígenas en el México moderno. Por eso no duda en decir: “El verdadero ‘nosotros’ indígena dijo su última palabra en el Siglo XVI”. Y como supuesta prueba de la muerte de la cultura indígena cita unos versos de una conocida lamentación poética nahua traducida por León Portilla. Zaid no escondía su racismo, todo lo contrario, orgullosamente lo desplegaba: “Lo cierto es que los indios después de 1521 no han sido ni volverán a ser nadie” (p. 9). Nadie, sí, eso era lo que Zaid abiertamente decía sobre los indígenas.

Plural, núm. 46, detalle de página 9, donde Zaid dice “Lo cierto es que los indios después de 1521 no han sido ni volverán a ser nadie”.

 

No conforme con este injustificable racismo, Zaid nos indica que rechazar sus ideas sobre los indígenas sería “colonialismo” de nuestra parte. “No aceptar eso es imponerles una forma de coloniaje disfrazada de admiración. Son ellos [los indígenas] los que tienen el derecho de convertirse en mexicanos, no nosotros los que tenemos el derecho de usarlos como una ‘reserva’ cultural… para exhibición turística a título de padres de la mexicanidad” (pp. 9-10). Para Zaid, el indígena es un ser-nadie, que debe integrarse a lo “mexicano” (lo mestizo o causásico) o ser objeto de burla racista; jamás un sujeto, jamás un ser real.

Por eso Zaid alega (en términos cada vez más prejuiciosos) que “Los indios más valiosos que han llegado a dominar los medios de expresión y de poder de nuestra cultura… no han tratado de restaurar el poder indígena sino de abrirles paso a los indios restantes para que abandonen su cultura y se apoderen de otra más viable” (p. 10). En mi revisión de archivos de la literatura mexicana contemporánea no recuerdo un texto más racista e insultante que el de Gabriel Zaid que, sin embargo, no es el único donde exhibe sus problemas de xenofobia.

Obviamente, su racismo contra indígenas es indivisible de su idealización de los criollos: “Son criollos los que dan el Grito de Independencia. Son criollos los que preparan, sin saberlo, la escenografía cultural para que los mestizos se sientan dueños de la casa”. Y siguiendo su permanente campaña a favor del colonialismo capitalista, Zaid ridículamente relaciona la falta de exportaciones con la identificación con lo femenino-indígena: “la identificación con las víctimas nos ha estorbado para exportar” (p. 11). Y de nuevo se enorgullece de que los criollos han sido los mexicanos más agresivos, cultos y exportadores: “Esa otra forma de agresividad que es la exportación ha empezado más pronto en los sectores económicos ‘criollos’ (como el sector primario; o la industria del libro, dominada por extranjeros o hijos de extranjeros o las zonas criollas del país)” (p. 11).

Detalle de Plural, núm. 46, pág. 11, donde Zaid dice que identificarnos con las “víctimas” de la Conquista impide exportaciones.

Todo este racismo de Zaid en Plural en los años setenta estaba relativamente cobijado. El medio intelectual dominante compartía estas creencias; el gobierno, continuaba su política de exclusión (exterminio) e “integración” (colonialismo interno) de la población indígena. Los sectores que podían responder a estos disparates y prejuicios (mujeres, indígenas, lectores críticos) estaban excluidos de los medios. De las muchas lecturas críticas que debió tener un texto como el de Zaid no queda mucho rastro en las revistas y suplementos culturales porque, tal como hoy, estaban controladas por la mafia machista a la que Zaid pertenecía. Incluso cuando intelectuales de orientación relativamente más progresista como Monsiváis criticaban las ideas del círculo de Paz, los señalamientos eran tibios.

El rol del intelectual en este sistema era precisamente servir de perfil deseable dentro del pensamiento neocolonizador. No es casual que Zaid ofrezca a Alfonso Reyes como modelo del mexicano: “En el orden de la cultura no hay bienes raíces… Alfonso Reyes fue más dueño del Siglo de Oro que millones de españoles” (p. 11). En el orden de la cultura, Zaid (y cualquier otro intelectual hegemónico) justifica la dominación neocolonial de poblaciones enteras, disfrazando ese orden de la cultura de una tradición venerable cuando, en realidad, históricamente ha sido un lamentable reflejo del patriarcado xenofóbico eurocéntrico.

Un señor intelectual como Zaid, por más anacrónicas, penosas y teóricamente pobres que fueran sus ideas podía publicarlas en la “principal” revista literaria del país. Aquí la última que citaré: “Vemos nuestra tierra a la luz de la tradición occidental, que es la nuestra, no a la luz de la tradición indígena. Los aztecas no llegaron buscando chile piquín a Europa, ni sometieron a los nativos, ni los hicieron dudar del valor de su cultura, ni inventaron la antropología…” y luego agrega “otra cosa sería creernos algo aparte de los centroamericanos, por ejemplo. Peor aún: hacer estallar a México en distintas naciones con sus propias ‘culturas’ maya, azteca, etc.” (p. 13). Zaid sabía bien que decía tonterías colonialistas; la forma de su texto muestra que se divierte formulándolas. Nótese, por cierto, que aplaude, en todo sentido, a la “Conquista”.

Zaid también sabía que decir todo esto en 1975 iba a contracorriente del clima intelectual más crítico de su momento. En el texto mismo menciona Los condenados de la tierra de Frantz Fanon (peyorativamente, por supuesto). El texto de Zaid, en su contexto, era una defensa del machismo y racismo mexicano en un momento nacional e internacional de luchas de liberación dentro de muchos países y ámbitos. En un momento mundial en que los estudiantes, mujeres y muchos terceros mundos se rebelaban contra la dominación masculina, capitalista y supremacista, Plural era empleada como trinchera conservadora para defender la idealización de lo criollo, lo occidental, lo capitalista, lo eurocéntrico y lo patriarcal.

Entonces y ahora, sin embargo, hay quienes no sólo toman en serio y respetan las ideas de Gabriel Zaid, sino que lo consideran un modelo de señor intelectual.

Octavio Paz y la vida sexual de los pobres

Como hemos podido leer, la posición machista-racista de Gabriel Zaid era burda. Octavio Paz sabía disfrazarla mejor, aunque no lo suficiente para no poder leerla entre líneas. En el mismo número de Plural en que Zaid exponía su macho-racismo, Paz publicó una columna titulada “Ixtlixóchitl y el control de la natalidad” (pp. 79-80). El texto es típico del estilo paceano: elabora una posición prejuiciosa de derecha disfrazándola de culta y liberal. Si en el texto que abre ese número (dedicado a la “Nueva España y nosotros”) Zaid culpa de nuestro retraso a la cultura “matriotera” y los indígenas, Paz, más disimuladamente, se dice aterrado del crecimiento demográfico en México. Lo que está detrás es un clasismo-racismo contra el crecimiento de la población marginada (indígenas y pobres) que Paz despreciaba, sin quererlo confesar tan abiertamente como Zaid.

Paz dice estar preocupado (por cierto en inglés, como dándonos una clave inconsciente de que se imagina como un anglosajón alarmado): “dentro de muy poco será imposible satisfacer adecuadamente las demandas crecientes de educación, salubridad, habitación, empleo, esparcimiento, servicios urbanos y, the last but not least, alimentación” y luego agrega “el crecimiento demográfico es una de las causas determinantes de la macrocefalia que padecemos” (p. 80). Las asociaciones de Paz son raras, sospechosas; y dice fundarlas en una crítica al machismo y la Iglesia, favoreciendo el “control de la natalidad”. Pero hacia el final del texto, el extraño imaginario de Paz aumenta.

Dice: “algunos de nuestros especialistas en demografía arguyen que la disminución de la fecundidad es una consecuencia del desarrollo económico” (p. 80). Paz no cree en esta tesis. Para Paz, el control de la natalidad no es un asunto económico sino moral. Según Paz, no es que la población mexicana (pobre, porque está hablando de los pobres, sin querer decirlo explícitamente) no goce de condiciones económicas para planear su vida familiar y social, sino que no ha sabido controlarse moralmente; y por eso estas personas se reproducen sin control. Paz ilustra: “El ejemplo de la China contemporánea muestra que el control de la natalidad, lejos de ser la consecuencia del desarrollo económico, puede ser una de las condiciones para realizarlo” (p. 80).

Paz sugería que los mexicanos dejarían de reproducirse si adoptaran medidas de control moral, y que su forma de vida sexual y familiar eran las responsables del subdesarrollo (no la rapacería del capitalismo, la explotación y la corrupción). La solución, según Paz, es que los varones y mujeres de las clases populares dejen de reproducirse. Sólo así México alcanzará la prosperidad capitalista. “El control de la natalidad fue uno de los factores determinantes en el nacimiento del capitalismo: ‘la austeridad sexual tuvo la misma función del ahorro en el origen del sistema capitalista’”, dice (citando al final un libro publicado por Gallimard).

Como ocurre en muchos lugares de su obra, Paz atribuye a la moral individual lo que, en realidad, deriva del sistema socio-económico. Y luego conduce esta falacia ideológica a dimensiones “poéticas” (que paulatinamente se vuelven involuntariamente cómicas): “los toltecas también practicaron —y con notable éxito— la limitación de los nacimientos. Como buen historiador, Gutierre Tibón no vacila en subrayar la influencia determinante del factor ideológico, es decir, de la moral pública y la disciplina colectiva” (p. 80). Como Zaid, Paz sostiene que son problemas de la mentalidad y comportamiento de los mexicanos lo que nos mantiene en el subdesarrollo económico, y no el sistema de empobrecimiento de gobiernos, oligarquías e industrias imperialistas.

Paz finaliza su columna citando a Gutierre Tibón y Alva Ixtlixóchitl: “en veintitrés años los hombres [toltecas] no habrían de conocer a sus mujeres ni ellas a sus maridos; y los que quebrantasen ese voto habían de ser castigados cruelmente… Los veintitrés años de castidad obedecen a una cifra mágica: son la suma de los trece cielos, los nueve infiernos y el plano terrestre” (p. 80). ¿Qué está diciendo Paz? ¿Que la castidad y lo que él llama “la moral pública” y la “disciplina colectiva” serán la solución a la pobreza en México? ¿Pretendía Paz realmente que si las mujeres solteras o parejas pobres no tenían hijos y, por ende, no tenían que repartir el magro salario mínimo entre ellos, “nuestra” economía mejoraría? El texto de Paz es, por decir lo menos, descabellado, caricaturesco, intelectualmente indefendible; una ambigua mezcla de delirio y recato.

Leído como texto complementario al de Zaid, el clasismo de Paz se hace más patente. Pero un lector que rechace leer a Paz entre líneas podrá negar todavía que Paz culpaba a los pobres de ser pobres porque tienen muchos hijos (que ha sido, por cierto, un persistente alegato racista).

Únicamente si revisamos un número posterior de Plural, encontraremos que ahí Paz enuncia explícitamente tal alegato. De nuevo, dentro de la sección de columnas de “Letras Letrillas Letrones” (la sección generalmente más retrógrada de Plural), Paz corrige supuestas erratas y pretende aclarar sus especulaciones demográficas. En una columna titulada “Del yerro al hierro” (Plural, núm. 48, septiembre de 1975, pp. 70-71) reitera (rectificándola levemente) su defensa de la agresión colonial del gobierno de Israel contra los palestinos, diciendo que no se le puede “poner en el mismo saco” que al imperialismo y la “discriminación racial”. De ahí salta a comparar a la India y México en términos muy desafortunados, que amplían la columna pasada y su visión clasista-racista en general.

Declara: “Cierto, no somos todavía tan pobres como los indios; pronto lo seremos. Ante la miseria de la India no faltó alma progresista que le echara la culpa al imperialismo inglés… y a la democracia” (p. 71). En pleno 1975, Paz, entonces, consideraba absurdo que se señalara al imperialismo inglés y al gobierno hindú (o, como aquí maliciosamente dice, “indio”) por la explotación y pobreza de millones de habitantes en la India.

¿Era Paz tan ciego y acrítico que no podía ver que el imperialismo occidental ha sido un elemento nocivo y determinante de la ruina económica de pueblos enteros? Al parecer, sí, Paz era así de ciego y acrítico, incluso cínico. Abiertamente sentenciaba: “No, ni el imperialismo británico ni menos aún la democracia son responsables de la terrible situación de ese país” (p. 71).

¿Cuál es la causa del empobrecimiento generalizado, entonces, si no es el imperialismo europeo ni el gobierno “democrático” nacional? Nada menos, según Paz, que lo expuesto en su columna pasada: los responsables de la pobreza son los propios pobres: “La causa principal es de orden demográfico, una causa que también en México comienza a producir consecuencias semejantes. En menos de una generación nuestra miseria será parecida a la de la India, si no nos decidimos, ahora mismo, a cambiar de rumbo y de orientación” (p. 71).

Final de la columna “Del yerro al hierro” de Octavio Paz (Plural, núm. 48) en que exonera al imperialismo inglés y responsabiliza a la vida sexual de los hindúes y mexicanos de la pobreza de estas naciones.

Paz se oponía a un control de la natalidad dirigido oficialmente por el régimen. Recordemos que se creía un “liberal” y se oponía a políticas estatales (que ocurrió en el caso chino, que elogia… olvidando que se trató de una política represiva de Estado). Por eso en ambos textos no dice que el gobierno deba encabezar ese control demográfico, sino que habla de “castidad”, “moral pública” y “disciplina colectiva”. No habla siquiera de una política de distribución de pastillas anticonceptivas: Paz se mueve generalmente en un terreno abstracto-moral-lírico grandilocuente (que apenas toca piso, por supuesto, tropieza). Paz, ¿está sugiriendo que los pobres no tengan sexo, practiquen la interrupción del coito o usen métodos anticonceptivos diversos y ahorren una parte de su salario mínimo? No está claro qué sugiere exactamente. Sólo asegura que el imperialismo y el capitalismo y la corrupción gubernamental y las oligarquías no son responsables de la pobreza. Y que la pobreza deriva de la vida sexual y reproductiva de los pobres.

Lo que Paz dice, en verdad, no tiene pies ni cabeza. Son los disparates de un señor intelectual neocolonial.

Otro tapado: la misoginia de Salvador Elizondo

Esta foto la tomaron en el cuarto aniversario de Plural en 1975. El número que sostienen en esta sesión fotográfica es el 48, justo uno de los que aquí comento.

Esta inferiorización de los otros compartida por la escuela paceana a veces se mostraba en artículos, ensayos, reseñas o columnas; otras veces, en textos intermedios que a la vez eran piezas presuntamente estéticas y comentarios políticos o sociales. Ese es el caso de “Tapadismo y destapadismo” (Plural, núm. 48, septiembre de 1975, pp. 68-70) de Salvador Elizondo, publicado inmediatamente antes de la columna de Paz sobre las supuestas bases sexuales de la pobreza en la India y México.

En su texto, Elizondo pretende hacer un comentario sobre “el momento político actual” (la designación de un candidato presidencial oficial, el llamado “tapado / destapado”) y el “espectáculo”. Elizondo inicia diciendo que su texto es una relectura al “interesante ensayo de Gabriel Zaid” (el mismo que aquí he comentado) y el Laberinto de la soledad de Paz, es decir, Elizondo nos pide leer su texto como una continuación de la lectura paceana-zaideana de México. Elizondo lo formula de modo directo: “Lo que Zaid concibe como deflección del eje patriarcal, Paz lo concibe como resquebrajamiento, fisura, ‘rajada’ en el sistema esencial de la lengua” (p. 68). Elizondo, como intelectual mexicano hegemónico, prefiere cierta eufemística que obscurezca (aunque no demasiado) cultamente el significado de sus imágenes y enunciados. “Lo que Zaid concibe como deflección del eje patriarcal” es una frase que significa que la “cultura matriotera” (la valoración popular positiva que se hace en México de lo indígena, la tierra, la figura de la madre y lo anti-colonial) es una “deflección” (deflexión) del “eje patriarcal”, es decir, una desviación, un alejamiento del patriarcado. Salvador Elizondo cree, como Zaid, que la cultura mexicana no debe desviarse de ese eje patriarcal.

Debido a esta desviación del “eje patriarcal” (el dominio de los varones blancos, para ser exactos), se produce (según Elizondo-Paz) en el lenguaje hablado, simbólico y emocional de los mexicanos una “rajadura”, donde lo que él concibe como femenino (la “fisura, ‘rajada’”) cobra centralidad. Para Zaid, Paz y Elizondo, el lenguaje debe ser curado de esa “deflección” y debe restaurarse (como dicen explícitamente Zaid y Elizondo) la obediencia al eje patriarcal.

Elizondo, en su texto, sin embargo, quiere ir más lejos que Zaid, y propone que la designación presidencial de un nuevo candidato (y presidente de facto) en el sistema político mexicano sigue leyes del “strip tease, según se practica en algunos teatros de la ciudad” (p. 68). La política mexicana, entonces, se ha vuelto strip tease, se ha desviado del eje patriarcal, sostiene Elizondo.

El texto, al originarse por un juego de analogías bruscas y misóginas, resulta errático. Por un lado busca ser una crítica a la vida política mexicana, por otro, termina siendo una crítica a quienes criticaban el régimen de Luis Echeverría (1970-1976). Esto escribió Elizondo sobre quienes criticaban al gobierno: “Entre ellas la no menos curiosa y extraña [paradoja] es que ha permitido criticar ácremente a la administración que ha permitido esa apertura a casi todas las opiniones” (p. 68). En septiembre de 1975, Plural todavía, de modo insistente, apoyaba al gobierno de Echeverría, como puede verse en este comentario tan acrítico y pro-oficialista de Salvador Elizondo.

“Cierto, hoy en México hay más libertad de opinión…” dice, no sin anotar que “libertad personal y el poder social no están en equilibrio” (p. 68) aunque pronto reitera las bondades del gobierno de Echeverría: “Y en México gracias, sobre todo, a la apertura crítica que ha permitido este régimen. Es evidente que si no fuera por esa apertura, la crítica misma de la apertura no sería posible. Es lamentable, claro, que se haya dirigido tan ácremente hacia quien la ha hecho posible” (p. 69). Elizondo, como podemos leer, no tapaba para nada sus elogios a la supuesta apertura del gobierno de Echeverría en un momento, precisamente, marcado por la represión gubernamental. ¿La explicación? Echeverría y el grupo de Paz tenían todavía una relación de acuerdo. Por eso Elizondo no deja de alabarlo en su texto.

Tras estos elogios, Elizondo retoma el supuesto tema principal de su texto: establecer una analogía entre el sistema de destapamiento del candidato oficial y el strip tease. La “develación de lo tapado” (la imposición de un candidato-sucesor presidencial) es un proceso público, dice Elizondo, similar al burlesque. Así dice que el burlesque popular mexicano (ahora strip tease) tiene como base el “burlar, siempre al final, la expectativa acumulada del público, en defraudar, graciosamente si es posible, sus esperanzas y aspiraciones” (p. 69). Tras esta disertación literaria, Elizondo pasa a escribir:

“Mientras tanto, en el Centro Médico por cierto, ocurría un magno congreso mundial de mujeres. Bajo la presidencia de un hombre… mujeres de toda especie discutieron acerca de la verdadera naturaleza de su condición en el mundo, mientras otras mujeres, unas cuantas nada más, satisfacían solemnemente desde un escenario relevante, esa tremenda compulsión machista de romper las últimas barreras de la posibilidad de ver. De verlo todo en una sola mirada, sin máscara” (p. 69).

El pasaje posee todas las características del lenguaje letrado que vela su ironía y supremacismo (para incrementar el placer de la inferiorización). Elizondo ridiculiza la discusión de las feministas, diciendo “mujeres de toda especie discutieron acerca de la verdadera naturaleza de su condición en el mundo” a sabiendas que “verdadera naturaleza” y “condición en el mundo” son términos que se oponen. Elizondo aprovecha que no todos sus lectores conocen esta oposición en la teoría, buscando ocultar su ridiculización de los debates feministas y, a la vez, ganando la risa secreta de sus lectores más “cultos”. Así también se burla de la división entre ponentes y público, atribuyendo, además, el hecho de que unas mujeres observaran las discusiones, a una supuesta “tremenda compulsión machista”. En una vuelta típica del machismo intelectual, se busca reducir todo acto feminista a un gesto machista, es decir, se busca invalidar toda “deflección” del “eje patriarcal”, porque Zaid, Paz y Elizondo (y García Ponce, como ya hemos visto) creían imposible, absurdo, que una sociedad pudiera separarse críticamente del patriarcado.

Por eso es que después de esta supuesta descripción del congreso de mujeres en el Centro Médico, Elizondo elige fabricar una fantasía extremadamente misógina:

“Una pasarela, que va desde la orquesta hasta el fondo de la sala, permite una máxima aproximación al ‘fenómeno’, tanto de los ocupantes de los palcos de platea como de los habitantes ribereños de la pasarela. Es un dispositivo que democratiza de un extremo a otro del teatro la visión minuciosa de los órganos genitales de cinco a seis muchachas —casi todas bonitas— que… instruyen, mediante sugestivas manipulaciones, gimnasias, contorsiones, posturas… la construcción de los caracteres externos de esos órganos y todo el repertorio de la anatomía descriptiva y de la clínica ginecológica en sus capítulos relativos a los pudenda femeninos” (p. 69)

¿A qué obedece que súbitamente Salvador Elizondo fantasee desaparecer el congreso feminista que acaba de referir y lo reemplace imaginariamente con un show machista en que un grupo de mujeres jóvenes le muestran a él y al multitudinario público cada punto de sus órganos sexuales? No hay respuesta sensata. Simplemente Elizondo eligió comunicarnos sus fantasías ultra-machistas, su odio hacia la mujer.

Esta fantasía (que lleva al burlesque las ideas de Zaid y Paz, como el propio Elizondo ha dicho), no obstante, no se detuvo en esa escena. Así la continúo Elizondo:

“Una muchacha se negó a seguir adelante después de haber sido vejada en el tumulto. Hizo mutis. Entonces dos mil mexicanos enardecidos reclamaron su reaparición. Durante algunos instantes el escenario quedó vacío. Solamente había hombres que rugían. La vedette reapareció tímidamente y fue recibida con una sonora rechifla, hasta que realizó completamente el acto masturbatorio que exige el contrato y que el programa anuncia tácitamente, la demostratio que tan apremiantemente le requerimos” (p. 69).

Nótese la mezcla de lenguaje culto y objetualización de una mujer sin voluntad alguna, que puede ser violada y exhibida entre “una gritería compuesta de las vejaciones más vulgares y escatológicas”. ¿Cuál es la finalidad de Elizondo al componer esta escena de violación tumultuaria y brutalidad machista? Ninguna más allá de divertirse humillando imaginariamente a la figura femenina. Para Paz, editor de Plural, por supuesto, la imaginación misóginia de García Ponce, Zaid y Salvador Elizondo no sólo le resultable permanentemente publicable sino que le era afín, aunque Paz solía ejercerla de modo más velado. Si revisamos la obra ensayística y narrativa (incluyendo Farabeuf) es posible constatar que este bizarro ensayo de Elizondo es otro más de sus textos misóginos.

“Pero también fue un hecho que, por su condición de ser ficticio, fue aceptado de antemano por todos aquellos que lo propiciaban. Después de todo, a la salida del teatro están los escuadrones de las prostitutas, listas para satisfacer a los urgidos clientes y los de la policía para guardar el orden de este desorden que produce en la mente o en la memoria una imagen como la del dibujo de Kubin que se llama ‘La araña’” (p. 69).

Tras el brote misógino, más ocasionado por sus propios problemas psicológicos que por cualquier búsqueda de logro literario o deflexión ensayística, el texto de Elizondo busca ridiculizar (entre equívocos y una fingida elevación del tono poético) tanto a las mujeres como a los “intelectuales que todo desaprueban” y a “la masa que no sabe bien de lo que se trata” (p. 70), es decir, Elizondo denigra lo femenino, la crítica y el descontento popular de un modo que sus cómplices contemporáneos (o futuros) digan “no, pero sólo es humor, fina ironía, elevada literatura”.

Algunos lectores que defienden el sistema paceano-krauzeano, de alianza hegemónica entre mafias literarias y funcionarios del gobierno, me han reclamado en redes que lo que yo hago es leer “fuera de contexto” los pasajes o textos de Plural, Vuelta o Letras Libres. Y de cierta forma tienen razón: leo toda la tradición paceana (1950-1998) y post-paceana (1999-2017) fuera del contexto de su poder. Leído desde su propio contexto de poder, estos textos, en realidad, son ilegibles: no se les lee: se les venera. (Ayer fueron tótem y hoy se quiere que sean tabú). Sólo extrayéndolos críticamente de su contexto de poder (paceano y post-paceano), estos textos pueden por fin ser leídos. Aquí estoy haciendo, finalmente, esa lectura crítica.

CONTINUARÁ….